Una palabra que se ha manoseado demasiado, como amor y muchas otras, y que han perdido su poder.
El tiempo es materia rara. TenÃamos por delante pocas horas, ya menos de once, que iban a estar más cargadas de pena que todo lo que les hubiera podido ocurrir a mis cangrejos herradura en sus millones de años de existencia. Y al mismo tiempo eran horas muertas y vacias.
Mientras yo, que siempre he pensado que lo único que hay es la vida, y que perderla, como dice un poeta, es perder todo.
Cuando pienso en eso y siento la ausencia de Sara y el frÃo de esta, la inevitable soledad de la vejez humana, debo recostarse un rato, apagar el alma unos minutos como soplando una vela y dormir.
El estruendo es magnÃfico, es muy raro que en La Mesa caiga granizo... Es el estruendo mismo de lo luz. DifÃcil vivir algo más hermoso. Es la destrucción del yo, la disolución del individuo. El aire huele a agua y a plovo y uno no es nadie. No se oye ni para escribir.
Tan largo sufrimiento, el de él, el mÃo, el de todos, terminó por barrer las peores acumulaciones de telarañas brumosas de mi alma, las más densas, las más imaginarias, y me dejó casi limpio de tristezas arbitrarias.
Cruel es el lugar común de que la esperanza es lo último que se pierde.
En general la gente no me trata como anciano. Lo que si ha pasado es que me he despegado de los asuntos del mundo del bÃpedo implume, y son pocos o ninguno los que considero importantes.
Pero pasa también que a veces pienso en mi hijo, y los sentimientos son tán cálidos que se me ocurre pensar que la vida es eterna, quiera y eterna, y el dolor, una ilusión.